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José de Anchieta nació el 19 de marzo de 1534 en San Cristobal de la Laguna en Tenerife, España.
Fue bautizado en la parroquia de El Sagrario de la Laguna el 7 de abril de 1534. Su padre Juan de Anchieta era vasco y primo de San Ignacio de Loyola.
A los 14 años ingresó al Colegio de Artes, de la Universidad en Coimbra, destacando como uno de los mejores alumnos y como un gran poeta. Componía versos latinos con extrema facilidad y era llamado el “Canario de Coimbra”.
Fue alentado por el Padre Simón Rodríguez, compañero de San Ignacio de Loyola, para ingresar en la Compañía de Jesús, lo que finalmente sucedió cuando contaba 17 años en 1552. Comenzó sus estudios de Filosofía pero debido a un enfermedad en 1553 partió de Tejo (Lisboa) a Brasil, donde inició su primera labor de catequesis con los indios tupis con quienes aprendió su idioma y evangelizó a través de la poesía.
En un poblado indígena llamado Piratininga, fundó un colegio para indios. La misión atrajo pronto a numerosos colonos, formándose en torno a ella la ciudad de Sao Paulo.
En 1565 fue enviado a San Vicente de Rio de Janeiro, donde colaboró en la construcción de un colegio y del primer hospital de la ciudad llamado la Casa de la Misericordia. Este mismo año fue ordenado sacerdote.
Luego regresó a San Vicente, donde por espacio de seis años colaboró en el colegio además de realizar un importante trabajo apostólico y literario. Entre 1577 y 1587 fue designado superior de los jesuitas en Brasil, incentivando aún más el trabajo en las escuelas y la catequesis con los niños.
Falleció el 9 de junio de 1597, a la edad de 63 años. El 10 de agosto de 1736 el Papa Clemente XII declaró al Padre Anchieta como Venerable. Juan Pablo II lo beatificó el 22 de junio de 1980.
San José de Anchieta fue uno de los patrones de la reciente Jornada Mundial de la Juventud Río de Janeiro 2013 y es considerado uno de los más importantes modelos de la Compañía de Jesús. El Papa Francisco lo canonizó el 3 de abril de 2014.

Beata Ana María Taigi (1769-1837)

Tuesday, Jun 09, 2015

Ana María: te pedimos bendiciones para todas las madres de familia.
Que de tal manera brille vuestro buen ejemplo que los demás al ver vuestras buenas obras glorifiquen a Dios (Jesucristo).
Cristo en la CruzDurante el siglo XIX una de las mujeres más populares y de mayor fama de santidad en Roma, fue Ana María Taigi, una sirvienta, esposa de un obrero.
Nació en 1729 en Siena (Italia). Su padre quedó en la más absoluta pobreza y se fue a vivir a Roma. La pusieron unos meses en la escuela, pero luego llegó una epidemia de viruela y cerraron la escuela. Ella medio aprendió a leer, pero no aprendió a escribir. Apenas medio garrapateaba su firma y nada más. Su familia vivía en una mísera casucha en un barrio pobre de Roma. El papá consiguió trabajo como obrero.
Su padre desahogaba el mal genio que le producía su extrema pobreza, insultándola sin compasión. La mamá también la humillaba frecuentemente, y a la pobre muchacha no le quedaba otro remedio que callar y ofrecer todo por amor a Dios.
Aprendió a hacer costuras, y trabajando en el almacén de dos señoras fabricaba ropa de señora, y así ayudaba a conseguir la alimentación para su familia. Y aunque sus padres, que en vez de conformarse con sus suerte, eran cada día más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella tenía siempre la sonrisa en los labios, tratando de alegrar un poco la amargada vida de su hogar. Su mayor consuelo y alegría los encontraba en la oración.
Un día en la casa donde trabajaba su padre, le avisaron que quedaba vacante un puesto de sirvienta, y él llevó para allí a Ana María. Poco después la mamá fue admitida allí también como sirvienta, y así la familia tuvo ya una habitación fija y la alimentación segura. Ana María era una excelente trabajadora y todos en la casa quedaron muy contentos del modo tan exacto como cumplía sus labores.
Cuando Ana tenía 20 años y era una joven muy hermosa, empezó a encontrarse cada semana con un obrero de 28 años llamado Domingo Taigi que venía a traer mercado a la familia donde ella trabajaba. Se enamoraron y se casaron. El era tosco, malgeniado, y duro de carácter, pero buen trabajador, y ella lo irá transformando poco a poco en un buen cristiano. En su matrimonio tuvieron siete hijos.
Un día en que Domingo y Ana María fueron a visitar la Basílica de San Pedro, un santo sacerdote, el padre Angel, sintió que cuando ella pasaba por frente a él, una voz en la conciencia le decía: “Fíjese en esa mujer. Dios se la va a confiar para que la dirija espiritualmente. Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien”. El padre grabó bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber aquello que había sucedido.
Y he aquí que nuestra santa empezó a sentir un deseo inmenso de encontrar algún buen sacerdote que la dirigiera espiritualmente, para poder llegar a la santidad. Estuvo en varios templos pero ningún sacerdote quería comprometerse a darle dirección espiritual. Además era una simple sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podía dar una mujer de tal clase.
Pero un día al llegar a un templo vio a un padre confesando y se fue a su confesionario. Era el padre Angel, el cual al verla llegar le dijo:
“Por fin ha venido, buena mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar hacia la santidad. No desatienda esta llamada de Dios”. Y le contó las palabras que había escuchado el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.
Desde entonces empieza para Ana María una nueva vida espiritual. Bajo la dirección espiritual del padre Angel comienza a llevar una vida de oración y penitencia, pero por consejo de su director espiritual deja de hacer ciertas penitencias que le hacían daño para la salud y se dedica a cumplir aquel viejo lema: “La mejor penitencia es la paciencia”. En pleno verano bajo el calor más ardiente, hace el sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Demuestra gran paciencia cuando su marido estalla en arranques de mal genio. Madruga para tener todo listo para sus hijitos que van a estudiar, y se dedica con todo el esmero posible a educarlos lo mejor posible. Sufre con admirable paciencia las burlas de muchas personas que la tildan de “beata” y “besaladrillos”, etc.
Y sucede entonces algo muy especial. Ana María empieza a ver el futuro en medio de un globo de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle personas de todas las clases sociales. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo que les va a suceder y a otros lo que ya les sucedió. Y a todos da admirables consejos, ella que ni siquiera sabe firmar.
Domingo Taigi dejó escrito: “Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba a cualquiera, aunque fuera un monseñor o una gran señora y se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo. Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos. La nuera era muy mandona y autoritaria y la hacía sufrir bastante, pero jamás Ana María demostraba ira o mal genio. Hacía las observaciones y correcciones que tenía que hacer, pero con la más exquisita amabilidad. A veces yo llegaba a casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira, pero ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía que calmarme al muy poco rato. Cada mañana nos reunía a todos en casa para una pequeña oración, y cada noche nos volvía reunir para la lectura de un libro espiritual. A los niños los llevaba siempre a la Santa Misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor educación posible”.
Para llevarla a la santidad, Dios le permitió muy fuertes sufrimientos, que ella ofrecía siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo que sufrir una gran sequedad espiritual y angustias interiores. Antes de morir padeció siete meses de dolorosa agonía. Y a pesar de todo su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios. Sufrió la pena de ver morir a 4 de sus siete hijos. Además tuvo que sufrir por las calumnias y murmuraciones de la gente.
De varias personas anunció la fecha en que iban a morir y se cumplió exactamente. Anunció también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa Iglesia Católica y en verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo de El que mientras que ella viviera no llegara la peste del tifo negro a Roma. Y así sucedió. A los ocho días de su muerte llegó a Roma la terrible peste.
Murió el 9 de junio de 1867 a la edad de 68 años.
Por su intercesión se han obtenido maravillosos milagros.
Su cuerpo se conserva incorrupto en Roma.
Fuente: ewtn.com

San Efren, Doctor de la Iglesia

Tuesday, Jun 09, 2015

Efrén significa: “muy fructífero”.
San Efrén logró ya durante su vida gran fama como poeta y compositor de himnos religiosos, y en la antigüedad fue el más grande poeta cantor de la Santísima Virgen. La Iglesia Católica lo ha declarado Doctor de la Iglesia y los antiguos lo llamaban “Arpa del Espíritu Santo”. Tenía especialísima cualidad para escribir poesías, y San Basilio dice que era tal la estimación que los antiguos tenían por sus escritos, que después de las lecturas de la Sagrada Escritura, en varias iglesias se leía alguna página escrita por este santo.
El mejor triunfo de San Efrén es el que a él le debemos en gran parte la introducción de los cánticos sagrados e himnos en las ceremonias católicas. Por medio de la música, los himnos se fueron haciendo populares y se extendieron prontamente por todas las iglesias. Los himnos de San Efrén se hicieron famosos por todas partes.
Efrén nació en Nisibe, Mesopotamia (Irak) en el año 306. El afirma de sí mismo que de joven no le daba mucha importancia a la religión, pero que cuando le llegaron las pruebas y los sufrimientos, entonces así se dio cuenta de que necesitaba de Dios.
El santo narra que en un sueño vio que de su lengua nacía una mata de uvas, la cual se extendía por muchas regiones, llevando a todas partes racimos muy agradables y provechosos. Con esto se le anunciaba que sus obras (sus himnos y cantos) se iban a extender por muchas regiones, llevando alegría y agradabilidad.
El obispo lo nombró director de la escuela de canto religioso de su ciudad, y allí formó muchos maestros de canto para que fueran a darle solemnidad a las fiestas religiosas de diversas parroquias.
Los persas de Irán invadieron la ciudad de Nisibe, tratando de acabar con la religión católica, y entonces Efrén junto con gran número de católicos, huyeron a la ciudad de Edesa, y en esa ciudad pasó los últimos años de su vida, dedicado a componer sus inmortales poesías, y a rezar, meditar y enseñar religión a cuantos más podía. Dicen que la idea de dedicarse a componer himnos religiosos le llegó al ver que los herejes llevaban mucha gente a sus reuniones por medio de los cantos que allí recitaban. Y entonces Efrén dispuso hacer también muy simpáticas las reuniones de los católicos, por medio de himnos y cánticos religiosos, y en verdad que logró conseguirlo.
Para mejor inspirarse, nuestro santo buscaba siempre la soledad de las montañas, y en los sitios donde santos monjes y eremitas vivían en oración y en continuo silencio. Allí lejos del remolino de la vida social, le llegaba mejor la inspiración de lo alto.
Pero el obispo de Edesa al darse cuenta de las cualidades artísticas del santo lo nombró director de la escuela de canto de la ciudad y allí estuvo durante 13 años (del 350 al 363) formando maestros de canto para las parroquias. Y sus himnos servían en las iglesias para exponer la doctrina cristiana, alejar las herejías y los vicios, y aumentar el fervor de los creyentes. Y aun hoy sus composiciones poéticas siguen siendo de grandísimo provecho para los lectores. El expone las enseñanzas de la religión católica demostrando gran admiración por nuestros dogmas, o grandes verdades de la fe.
Dicen los historiadores que cuando hablaba de la segunda venida de Cristo y el día del juicio final, empleaba una elocuencia tan vigorosa que el pueblo estallaba en gemidos y sonoros llantos. Y en sus predicaciones consideraba como deber suyo principalísimo prevenir y preparar al pueblo para que nadie se dejara engañar por los errores de las sectas.
Los herejes se quejaban de que los muy bien ensayados coros de Efrén en los templos católicos atraían tantos devotos, que los templos de las sectas se quedaban vacíos.
La humildad de San Efrén era tan grande que se creía totalmente indigno de ser sacerdote (Aunque las gentes lo consideraban un gran santo, y su vida era la de un fervoroso monje o religioso). Por eso prefirió quedarse de simple diácono.
La última vez que tomó parte en los asuntos públicos fue en el año 370 cuando hubo una gran carestía y una pavorosa escasez de alimentos. Los ricos habían acaparado los alimentos y se negaban a repartirlos entre los pobres por temor a que se aprovecharan los avivados. Entonces San Efrén se ofreció de mediador y como a él si le tenían total confianza, organizó un equipo de entrenados distribuidores y logró llevar cuantiosos alimentos a las gentes más necesitadas. En una grandísima epidemia organizó un grupo de 300 camilleros y con ellos recogía a los enfermos y los llevaba a sitios especiales para tratar de conseguir su curación. Uno de sus biógrafos comenta: “Estas dos labores fueron dos ocasiones formidables que Dios le dio a nuestro santo, para que se ganara dos bellísimas coronas más para la eternidad: la de calmar el hambre de los más pobres y la de devolverles la salud a los enfermos más abandonados”. Seguramente al llegar al cielo, habrá oído de labios de Jesús aquella bellísima frase que El prometió que dirá un día a los que ayudan a los pobres y enfermos: “Estuve enfermo y me fuiste a visitar: tuve hambre y me diste de comer. Ven al banquete preparado desde el comienzo de los siglos”. (Mt. 25,40).
De San Efrén se conservan 77 himnos en honor de Cristo, de la Virgen Santísima y de los temas más sagrados de la religión católica. Su admiración inmensa hacia los sufrimientos son verdaderamente admirables y conmovedoras. Con razón las gentes lloraban cuando lo escuchaban o cuando leían sus emocionantes escritos. Por Jesús y por María tenía los más profundos sentimientos de simpatía y admiración. A María la llama siempre “Madre de Dios”.
Su muerte sucedió probablemente en junio del año 373.